La historia que
vas a leer es una de mis preferidas, y tal vez la más tétrica, oscura y
fascinante. Para ponernos en situación, debemos conocer a nuestros
protagonistas primero. Hablo del doctor González Velasco, Don Pedro, que paso
de la más absoluta miseria a ser un prestigioso antropólogo. Creo en la
capital, la sociedad anatómica y el museo de antropología. Con los beneficios
obtenidos de sus investigaciones y conferencias, compro un palacio situado en
la esquina de la calle Alfonso XII, junto al retiro. Se casó, y fruto de ese
matrimonio, nació nuestra protagonista principal en esta historia, Concha
González. Concha, paso una vida normal,
como la de cualquier otra niña, hasta que desgraciadamente con 12 años, contrae
la enfermedad de las fiebres tifoideas. Su padre, eminente médico, acude a sus
colegas de profesión angustiado. Habla incluso con su gran amigo y filósofo
Benito Pérez Galdós que le aconseja que
sea conservador y que deje que la naturaleza siga su curso normal. Don Pedro,
desesperado tiene grabado en su mente “En casa del herrero cuchillo de palo” y
que este refrán es el que peor podría aplicarse porque no daba con la solución
para curar de esas fiebres tan terribles a su hija. Su error, para colmo de
males, fue inyectarla un laxante para purgar la fiebre, y tuvo la mala suerte
de que falleciera. La esquela rezaba: “Doña
María de la Concepción González Velasco y Pérez ha fallecido a las 04:15 de la
mañana del 12 de mayo de 1864.” Finalizando “Se suplica el coche, el duelo se despide desde el cementerio”. Aturdido y desolado, el mismo embalsamo
su cuerpo y lo momifico entre sus lágrimas, la de su mujer y amistades
cercanas. El cuerpo de la joven, fue enterrado en el cementerio de San Isidro.
El cerebro humano, que impredecible a veces no deja estar en paz con uno mismo,
es el propio enemigo de Don Pedro. Taladra día tras día su mente, su memoria y
se inunda del deseo de volver a ver a su bella hija. Decide desenterrarla y cuál
es su sorpresa, que tras su excelente trabajo de momificación y embalsamiento,
su hija, al abrir el ataúd, está intacta. Puede mover las piernas, los brazos,
y conserva su angelical rostro. Decide llevarla a su casa, ante el horror de su
esposa. Manda hacerle vestidos nuevos, e incluso el joven médico Teodoro Muñoz
Sedeño, se postula como novio. El momento más escalofriante de toda esta
historia es el que transcurre durante varias tardes por el paseo de coches del
Retiro. La pareja de enamorados pasea tranquilamente ante la horrorizada mirada
de los visitantes del parque. La justicia ante este hecho tan inquietante,
normaliza la situación del cuerpo de la menor, obligando a su familia a volver
a enterrarla. Don Pedro, acaba perdiendo el juicio, a su mujer, sus posesiones,
y muere en la más absoluta pobreza. Una vez que falleció, fue enterrado junto a
su hija y dice la leyenda, aún se les ve deambulando por el
paseo de carruajes del Retiro dando un plácido paseo.