Paco el perro, fue
famoso durante el siglo XIX y considerado un astuto vagabundo. Era un can de
pelo negro con manchas y era de tamaño medio. Hábil, se coló en uno de los
cafés más concurridos cercano a una manzana de la Puerta del Sol, el café de
Fornos. Se movía como Pedro por su casa entre las mesas buscando algún resto de
comida que cayera al suelo de manera intencionada o casual. Todos los
asistentes al café le ignoraban, salvo uno que se encariño con el animal y que premió
con comida, hablo del Marqués de Bogayara. Impresionado por las habilidades de
su nuevo amigo, le bautizo y le puso el nombre de Francisco, por San Francisco
de Asís, como el nombre era muy largo, lo acorto llamándole Paco. Pronto se
hizo un hueco en el cariño de los asistentes del Café día a día hasta conseguir
que los dueños del local le dieran un lugar para no pasar las noches a la
intemperie. La vecindad cercana, y posteriormente el pueblo de Madrid lo
conocía y su fama se extendió por la comunidad entera. Paso a ser protagonista
indiscutible y su fotografía lucia en las tiendas de música, sus aventuras se
comentaban en los periódicos de la capital incluso llegando a existir un diario
llamado así, Paco el perro. En 1882 en una corrida de
toros un novillero con muy mala tarde fue abucheado e increpado por el público
y Paco, que allí se encontraba, salió a
ladrarle. El novillero furioso por la reprimenda canina, se dirigió a él
clavándole el estoque en el costado. En mitad de la plaza, hizo un silencio notable,
el coso enmudeció, nadie daba crédito a lo que allí pasó, todos quedaron
estupefactos. La Guardia Civil tuvo que mediar puesto que la plaza entera se
echó encima del novillero reclamándole su acción. Paco falleció debido a la
profundidad de la herida. En el café y en toda la ciudad se vivió un día de
luto. Fue enterrado en una tumba anónima del parque del retiro en 1889 tras ser
expuesto en un museo de la capital.