En anteriores ocasiones hemos hablado del Parque del Capricho, y de la leyenda del Bunquer de la guerra civil, sus sonidos, sus voces. En esta ocasión volvemos a este lugar para hablar de otra leyenda. Ya sabéis que el Parque de El Capricho es un parque y zona verde situado en el barrio de la Alameda de Osuna, en el distrito de Barajas, al noreste de la ciudad de Madrid. Fue mandado construir por la Duquesa de Osuna entre 1787 y 1839. Cuenta con una superficie de 14 hectáreas. Está considerado uno de los parques más bellos de la ciudad. La Duquesa de Osuna fue una de las damas más influyentes de la nobleza de aquella época e importante mecenas de artistas y escritores. En 1783 se compró este terreno en las afueras de Madrid para crear un espacio de recreo. Le encargó su diseño a arquitectos italianos y franceses, pero no pudo ver “su capricho” terminado, pues falleció cinco años antes de que las obras fueran totalmente finalizadas. El Parque del Capricho es un lugar mágico que te transmite muchas sensaciones: naturaleza, relajación, viajar a otra época, nostalgia, romanticismo…La duquesa quiso recrear en su propiedad un lugar lleno de símbolos, relacionados con la alquimia y la magia, fruto de una corriente espiritual que se estaba extendiendo por toda Europa. Pero, hoy día, muchas personas cuentan haber visto seres extraños. Visitantes, guardianes del jardín e incluso personal de mantenimiento aseguran que hay dos fantasmas que vagan por este parque. Eligen las últimas horas del día, antes del anochecer. Uno de ellos es el alma de Mariano Téllez Girón, el último Duque de Osuna que dilapidó toda su herencia y condenó al parque al olvido y la destrucción. Tras una vida despreocupada, llena de excentricidades y derroche, acabó completamente arruinado y subastando el lugar. Dicen que su alma vaga por los paseos y que, de vez en cuando, se pueden escuchar su voz. El otro fantasma es el alma de una persona bondadosa y entregada. Cuenta la leyenda que un día, se acercó al Parque del Capricho un mendigo que pidió ayuda a los Duques de Osuna. Estos le dieron cobijo en una pequeña ermita que había dentro del parque. Cómo condición a este alojamiento le pidieron que se convirtiera en ermitaño. Así fue que dedicó toda su vida a rezar pidiendo por el alma de los duques y por su protección. Como buen ermitaño no volvió a cortarse el pelo ni las uñas durante el resto de su vida y se dice que le ha visto vagar por los alrededores con un pelo larguísimo y unas uñas descomunales.