Para conocer la leyenda de este
bimestre viajamos al Siglo 17.Los movimiento migratorios de personas y familias
se producen desde tiempo inmemoriado, y los andaluces que emigran a las grandes ciudades
en aquel siglo fueron numerosos. Concretamente desde la ciudad de Granada una joven comadrona llega a la
capital con el afán de ayudar a todas las mujeres que lo necesitaran. Ayudó a
las mujeres madrileñas a dar a luz a
cambio de una justa compensación económica y si alguien no podía pagar el peaje
de tal trance, aceptaba la voluntad, cobraba en especie, o simplemente lo hacía
por vocación. Vivía en lo que es hoy el castizo barrio de Lavapiés y se la
conocía como la comadre de granada pero su verdadero nombre era Amparo.
Sencilla y humilde cada vez que acudía a un parto ponía en el cuenco de agua
caliente un capullo de rosa que, según cuenta la leyenda, se iba abriendo a la par que el bebe nacía. Nunca se habló sobre si existió un clavel
marchito a la muerte de algún neonato o si las complicaciones pudrieron algún
clavel. Trabajaba tan bien, que atendió a Mariana de Austria mujer Felipe IV.
En honor al buen trabajo realizado en la Villa y corte a sus tres hijos se les
concedieron beneplácitos. Al primero, le dieron la secretaria de Flandes, alto
honor en el cargo que desarrollo con mucho éxito. Al segundo le hicieron
ayudante de cámara en el palacio real, y fue reconocido en palacio por su excelente
labor, y al tercero de dudosa reputación, le perdonaron alguna que otra condena,
así que dispuso de buena suerte en sus andanzas. Finalmente y tras su muerte en
honor a la comadrona de granada en este castizo barrio de Lavapiés se puso una
calle con su nombre, y así se llama y sigue llamando la calle del Amparo. Es
una preciosa historia para honrar a aquella buena mujer.