LA LEYENDA DE LA DAMA
MISTERIOSA DEL MADRID DE CARLOS IV
Durante el periodo del
reinado de Carlos IV, se sucedieron muchísimos acontecimientos de vital
importancia para la historia de España y para la ciudad de Madrid. Godoy por
ejemplo, detenta el poder del despotismo ilustrado por ser un favorito del rey. Este periodo de crisis económica y política
afecta al prestigio de la monarquía, deja paso a la gestación de la revolución
Francesa e introduce a España en guerras contra Francia e Inglaterra. El Madrid de aquella época no tiene
desperdicio alguno. El romanticismo era
seña de identidad de los jóvenes y apuestos caballeros. Las damas, caían
rendidas ante las palabras y versos de los conquistadores más selectos. Tanto
era así, que estos Don Juanes, en concreto Juan de Equineche pavoneaban su
porte picando de flor en flor, de mujer en mujer, rompiendo los corazones de
grandes damas y enamoradizas damiselas. Equineche, se dejaba caer por la
callejuela de San justo, alternando además con mujeres infieles y desengañadas
de sus maridos. No pasaba mucho tiempo con una misma mujer, pero lo que él no
espero jamás fue lo que le sucedió una noche de primavera. Juan, era un
altruista conquistador que pasando cerca de una iglesia, se sintió atraído por
una mujer que lo invito a seguirla. Ella misma abrió la puerta de la casa. La
casa era lujosa, con grandes salones y distinguidas pinturas. El recuerdo para
nuestro protagonista se asemejaba a un palacete. Las malas y buenas lenguas,
afirman que los amantes pasaron una noche de amor que jamás olvidara la ciudad
de Madrid . El tampoco la olvidaría, pues al amanecer, salió tan aprisa -puesto
que tenía que realizar su guardia- que olvido su arma. Presto y dispuesto
reculó su camino y aporreo la puerta de su amante para recuperarla. Nadie atendía su llamada. Nadie abría la
puerta. Insistió, grito y pataleo hasta que un hombre de avanzada edad abrió el
portón. Ante la insistencia de Juan, y de querer entrar a recuperar su espadín, este le explico a
Equineche, que esa casa donde lo había olvidado, llevaba demasiados años sin
habitar, que no había ninguna dama bella y que él era el único habitante y
guardes. Lo invito a pasar, y permitió recorrer todas las estancias de la
misma. Encontró su arma en una habitación lúgubre y abandonada, no había rastro
de lujo y pinturas destacadas. Juan Equineche fue visto dejando su espadín
fruto de su mala conciencia y como acto de arrepentimiento. Quedó los pies del Cristo de los guardias de corps,
y prometió que no continuaría con esa vida dedicada a tener amantes y mujeres
desconsoladas, o a enamorar y desdichar
jovencitas inexpertas en el viejo arte del amor.
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