Comenzamos la publicación de una serie de artículos
dedicada a leyendas sucedidas en hospitales, que iremos intercalando con otras
historias. Comienzo hablando del hospital de la Cruz Roja de Madrid. Este
lugar, nace con el legado de Dña. Adela Balboa y Gómez. Primero fue creada en
1890 una Fundación que llevó su nombre. Esta noble de la época falleció sin
ascendientes ni descendientes a los 48 años de edad y su voluntad fue la
construcción de una casa de salud para las enfermedades contagiosas. Como
albacea testamentario de su herencia quedó Don Eduardo Del Castillo Piñeiro,
bajo su supervisión comenzó la edificación del hospital en 1893 y fue dirigida
por el arquitecto José Marañón. Las obras se concluyeron en 1908 edificándose
en el número 24 de actual Avenida. Este hospital se denominó “Casa de Salud San José y Santa Adela” en honor a su
benefactora, pero no pudo comenzar sus actividades por falta de fondos hasta 5
años más tarde. Tras la primera concesión de la Reina Victoria, que crea un
patronato para su actividad, desde 1913 funciona como lo que es hoy, el
hospital de la Cruz Roja. Por el pasan los criados y criadas de alta alcurnia,
soldados de la guerra de Marruecos, y entre 1924 y 1974 se va ampliando en pabellones
y nuevos edificios. Tras varios convenios con la sanidad pública madrileña, en
1991 gran parte de su personal pasa a formar parte del hospital de Getafe.
Desde 2002 y hasta nuestros días su función sigue siendo hospitalaria y aún en
2018 se siguen realizando obras de adecuación y modernización. Es precisamente
en una de sus remodelaciones, cuando surge la leyenda de su fantasma infante.
Si, según relatan algunos médicos y enfermeras, una niña de unos 8 años, rubia
y vestida con un camisón del hospital, un domingo, a primera hora es
descubierta subida en una silla y asomada a la ventana de una de las
habitaciones, saludando a los viandantes. La pareja que contempla este hecho,
alerta a los servicios sanitarios del hospital que corren para que la niña no
se caiga por la ventana. Cuál es la sorpresa de los enfermeros que llegando a la
estancia, descubren que estaba desocupada de pacientes por las obras, encontrando la silla vacía y
la ventana abierta, pero sin hallar ningún rastro de la pequeña, que gentilmente
saludaba aquella mañana de domingo.
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