miércoles, 13 de septiembre de 2023

LEYENDA 60 LA BUENA MUJER ESPERANCILLA

 

Esta historia sucedió hace muchísimos años a las afueras de Madrid. Hablamos de una viuda que todo el mundo respetaba y quería, se llamaba María Esperanza, tenía un gran corazón y estaba siempre dispuesta a ayudar al prójimo. Una Madrugada, una persona golpeo la aldaba de su puerta con fuerza e insistencia. La dama bajo a corriendo al oír los golpes desesperados y encontró a un hombre que según él, era perseguido. Se trataba nada menos del Capitán Francés Duguesclin que había participado en la muerte de Pedro I el cruel. Corría el siglo XIV . Por aquel entonces, andaban siempre enfrentados Pedro y su hermano bastardo Enrique de Trasmatara. La buena samaritana tuvo compasión y un poco atemorizada dio refugio al angustiado capitán. Los fieles a Pedro I, conocieron este hecho, y dieron fuego a la casa de Esperanza. Esta no vivía sola, compartía morada con su hija menuda y discreta a la que todos cariñosamente llamaban Esperancilla. La muchacha se mantenía oculta siempre entre unos velos que ocultaban su rostro, y pasaba las horas encerrada en su cuarto o paseando por los jardines de la casa. El capitán, que tomó buena nota del lugar y sus inquilinos regreso a palacio del ya Rey Enrique II y dio buena fé de la ayuda y amparo recibido. Les hablo también del misterio de aquella joven. El monarca que no pudo reprimir su curiosidad, acudió a la casa de esperanza y su hija para agradecer el gesto y dar una aportación económica para la reconstrucción de la misma. Al ver tras esos velos tenues a la joven Esperancilla, se quedó prendado de ella, locamente enamorado de su belleza. Una noche, monto la guardia real y acudió de incognito a la casa para mostrarle sus deseos e intenciones. Enrique II entro sigiloso en las dependencias y la joven, aterrada, dio portazo y desaprobación. El rey lo más que pudo hacer fue regalarle su anillo de oro. Este suceso pasó a la historia de su ubicación en esa  calle llamándose Esperancilla en el castizo barrio de Lavapies. Hoy día este lugar sigue en pie y se la conoce como la calle del Marqués de Toca.



LEYENDA 59 LA BRUJA AGORERA

 

Quien no ha dicho en alguna ocasión la expresión, “No seas agorero”. ¿Saben de dónde viene? ¿Saben que era una mujer quien acuño por primera vez esta definición en si misma? Se llamaba María Mola. Venia de Burgos, la expulsaron de la ciudad Burgalesa sobre 1400 y le decían la Agorera. Se dedicaba a predecir malos presagios y tenía una clientela amplia y selecta. Era tan conocida en la villa y corte que acudían a ella hasta los frailes de la zona., en concreto un Franciscano lego. Un día, un joven Fray Pascual, confeso al religioso sus más íntimos secretos, y este le mando a ver a María Mola. Este, dejo en manos de la bruja su destino, realizando conjuros y sortilegios, pago a la hechicera su contribución y pasados uso minutos la agorera le dijo al joven. “De arriba bajara la claridad de tus dudas cuando una mañana celebres tu misa de Alba, Ángel o demonio vendrá a ti, según tengas el estado de tu conciencia”. Justo al día siguiente, cuando fue a celebrar su misa diaria, el joven Fray Pascual vió algo horrible. Un monstruo con alas y cuernos trepando por la pared subiendo hacia la lámpara, con gritos muy desagradables y desgarradores. Cayó al suelo aterrorizado y abandono la iglesia recompuesto confundiendo desde entonces el lugar que ocupa el bien y el mal. Pocos días después descubrió que era el vuelo de una lechuza lo que realmente presencio y que la puso allí la propia María Mola. ¿Saben que les sucedía a las brujas en la edad media?.  Si, efectivamente en 1411, la justicia se encargó de la Agorera. María Mola fue condenada a la horca. Desde entonces ese lugar se llamó calle de la agorera, que por evolución de vocabulario fue reconvertida en la Gorguera. Más tarde se llamó Núñez de Arce. Hay un detalle a tener en cuenta, los madrileños que viven esta calle, en las tardes y noches, durante todo el año, dicen ver el fantasma de María Mola. Sigue apareciéndose e intimidando a los vecinos, y muchos, aterrados, intentan evitar esa zona.