En anteriores entregas de la revista MH
he hablado de numerosas leyendas sobre el camposanto más grande de la ciudad de
Madrid y de Europa. El Cementerio de la Almudena. Se preveía provisional y ya
han pasado más de cien años, se inauguraba concretamente en 1884. Ese mismo año
se constituía el Ateneo de Madrid y Cánovas del Castillo creaba su cuarto
gabinete una vez reconstituida la monarquía borbónica. La primera persona que
se enterró en la parte civil del cementerio fue Maravillas Leal González (se suicidó) y en la parte
religiosa fue Pedro Regalado,
un niño de 14 meses. En el cementerio de la Almudena, en total, hay 143 personajes ilustres enterrados, como los presidentes de la Primera
República, Nicolás Salmerón, Estanislao Figueras, y Margall Francisco Pi, el
fundador del PSOE, Pablo Iglesias, la bailaora Lola Flores, la actriz Lina
Morgan o los escritores Pío Baroja o Benito Pérez Galdós. Otras personalidades
que también se encuentran enterradas en este cementerio son nuestro viejo
profesor Don Enrique Tierno Galván, o Don Ramón y Cajal. Premio nobel de
Medicina. Como decía, en otros números de MH hable de la leyenda de los baños,
la del Ángel de la muerte, o la que sucede desde hace años en sus callejuelas
cuando pasa la línea 110 de la EMT. Recordando y recapitulando alguna
curiosidad más, me di cuenta que no les hable nunca de una leyenda particular y
llamativa. La maldición de la tumba partida. Esta leyenda ha recobrado vida
tras el desalojo de “La dragona” casa okupa que se situaba en una de las instalaciones
del cementerio y que dio lugar a varios saqueos de tumbas y a la pernocta de
varios okupas durante ese periodo. Uno de aquellos jóvenes okupas se dedicaba a
bailar sobre las tumbas de los fallecidos en la zona más antigua, y más pegada
a la entrada principal del cementerio. En una noche de verano, este joven,
sorprendido por los servicios de vigilancia, fue advertido de que no realizar
ningún gesto más de vandalismo, o podría tener consecuencias irreversibles. El
joven hizo caso omiso a las advertencias y se dedicó a saltar tumba tras tumba
partiendo varias de ellas. Al regresar a
dormir a su casa dentro del cementerio, comenzó a notarse extraño. Angustia,
sudor frio, temblor, y ansiedad se apoderaron del cuerpo de este muchacho que
fue ingresado en el hospital Gregorio Marañón de la capital, falleciendo un día
después, y sin una explicación lógica médica que pudiera advertir otra causa o
motivo. Fue en el verano de 2016.
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